Mezcla de recuerdos sobre Tallinn
Lo he dicho muchas veces: lo importante de un viaje no es el destino en si mismo, sino el poso que el lugar en cuestión deja en uno mismo. Y ese poso depende de las experiencias.
Sigo en Tallinn y si, por supuesto, me ha encantado su toque medieval, sus calles adoquinadas, sus casas de mercaderes y su esencia soviética. Pero cuando en un futuro piense en esta ciudad recordaré la cara de alucine de Óscar al ver como la camarera escanciaba un chupito de vodka ante sus ojos en el restaurante ruso Troika, situado en la bella plaza Raekoya. Y la expresión de susto de Isabel al ver como el camarero descuartizaba un lechazo ante sus ojos.
Me reiré, seguro, al recordar a Guillermo imitando al DJ de la discoteca Inferno. O al pensar en Gloria frenando a un tranvía con la mano para sacar una foto a media noche.
A partir de hoy, al pensar en Tallinn me vendrá la cara, siempre sonriente, de Katrin, nuestra guía, a la cabeza. O la expresión siempre seria de José Luis. O la conversación de Maru, llena de anécdotas. Y los manteles de lino típicos que se compró Matilde. Y los estornudos de Bárbara, desesperada por un ataque de alergia a causa de la flor del eneldo que en Estonia florece en esta época del año.
Al pensar en Tallinn, estos recuerdos personales se mezclaran con la silueta de la esbelta muralla y el estilismo de las puntas de las cinco agujas góticas que dan forma al skyline de la ciudad antigua, con el sabor del kali (bebida típica con sabor parecido al regaliz) y con el sonido de las canciones del festival de canto. Y todos juntos, vivencias e imágenes se mezclaran para dejar una muesca en mi cerebro para siempre.
Sin duda, Tallinn sin la compañía de Oscar, Isabel, Bárbara, Gloria, Guillermo, Maru, Matilde, José Luis y Katrin, mis companeros en esta nueva aventura, no hubiera sido lo mismo.
One Comment
Katri
lo de eneldo me ha encantado, no tan bueno para Bárbara, claro